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Lápiz y libreta
Andrea Coronel

Acuarelas




(Mira el video sonde te leo la historia dando clic en la imagen)


Sus ojos veían mucho más de lo que cualquiera pudiera ver en los humildes pasillos de la vecindad. Leía en sus suelos las historias de las decenas de familias que la habitaron, encontraba la esencia misma del arte en esas viejas paredes despintadas y húmedas, manchadas con retratos abstractos. Hallaba la gracia escondida en las macetas, que reposaban apacibles en las maltratadas ventanas en busca de un rayo de sol, veía el encanto de las gastadas y angostas escaleras que servían cómo punto de reunión para infinidad encuentros. En sus ojos había magia, esa que revela el alma misma de las cosas y a través de ella le daba forma a su arte, el cuál surgía expresado trazo tras trazo en sus modestos lienzos; magníficas revelaciones que daban lugar a la aparición de distintas imágenes pintadas con acuarelas. Sus retratos manifestaban la realidad que se escondía detrás de la cotidianeidad. Estudiaba en Bellas Artes y aspiraba a ser una gran pintora, pero los únicos cuadros que había vendido generalmente habían sido comprados por los mismos retratados, y a un precio más bien simbólico; no podía pedir mucho más por la posición social del ambiente en que vivía, pero realmente era una gran artista y tenía un maravilloso don. Su apartamento estaba abarrotado de cuadros, cada uno era único y especial, la mayoría inspirados en escenas de la misma vecindad. Cuando regresaba de su empleo en la cafetería se dedicaba por completo a trabajar en sus pinturas. Podía pasar noches enteras sin dormir solo por el placer de terminar alguna de sus creaciones. El departamento número tres estaba alquilado por una familia de escasos recursos, los niños casi no tenían que vestir por lo que andaban siempre con los mismos trapos, eran cinco traviesos hermanitos de entre dos a ocho años, todos varoncitos. Se pasaban las tardes jugando y gritando en el pasillo, la puerta entre abierta dejaba ver a los pasantes la humildad y sencillez de su hogar; en medio del pequeño comedor había una mesa de madera siempre cubierta de migas, trozos de pan y tazas con restos de leche, los juguetes rotos desparramados por el suelo; de alguna manera aunque la madre estuviera constantemente limpiando o cocinando, la casa se veía siempre en las mismas condiciones, descuidada al igual que los niños, siempre sucios con sus rostros pegoteados; pero debajo de esas manchas, siempre resplandecían sus sonrisas cada vez que veían a la joven artista llegar con dulces destinados a ellos. Esto era lo que ella plasmaba en sus pinturas al retratar los radiantes rostros, la alegría de sus juegos, sus códigos secretos tan solo comprensibles a sus cortas edades, en trazos dorados y colores brillantes, en ojos claros y miradas curiosas. En cambio cuando retrataba a Rosa, la mujer del departamento doce, lo hacía casi todo en tonos rojizos. Era una mujer de la vida que se ganaba el sustento como podía en las calles, su sensualidad y altivez eran dignas de su nombre como si fuera la reina misma de las flores, y por esa razón, era poseedora de un lugar en la colección de cuadros que superpoblaban aquel departamento. Cada uno de ellos tenían un color predominante, como el blanco en los cuadros de doña Lucrecia, la anciana del veintitrés con sus largos cabellos de plata siempre recogidos en una trenza que acomodaba en un rodete; con su aspecto y modales europeos, una noble mujer que vivía solo para esperar las visitas de sus nietos los fines de semana; o los verdes que usaba en los cuadros donde retrataba a Marianita, una nena de más o menos seis años de edad, con su vestidito a cuadrille marrón adornado con lazos verdes para que resaltara el color de sus grandes y alegres ojitos. Le resultaba adorable verla salir a pasear de la mano de su mamá, ambas tenían los ojos tan verdes como el follaje de los árboles o el pasto del parque en primavera. Otras de sus musas eran la silla de mimbre de Don Pepe y su infaltable mate de madera, la pava de aluminio y el diario. Pero sus favoritos eran los cuadros de los jóvenes amores donde el rosa era encantadoramente predominante, por cortos que fueran esos romances siempre valían la pena retratarlos. Así había hecho una gran cantidad de pinturas que no valían casi nada pero eran admirables obras de arte, con personajes desconocidos pero que para ella resultaban loables desde su punto de vista y buscaba inmortalizar algunos de sus momentos. Un día nublado llegó a la vecindad un hombre joven que acababa de mudarse, por sus modos se decía que venía del centro de la ciudad, mucha gente llegaba alquilaban por un tiempo y luego se iban, resultaban ser pocos los inquilinos estables. Se cruzaron solo por un momento, ella lo saludo amablemente, él respondió el saludo con notable cortesía y luego le sonrió con un gesto de picardía mientras terminaba de llevar sus valijas. Había algo extraño en él, que llamaba profundamente la atención de la joven pero no sabía exactamente de qué se trataba, si bien le había resultado bastante apuesto, no era eso lo que la inquietaba. Se trataba de algo más, en su mirada parecía ocultar algo que hacía que su sangre se helara, la estremecía y de alguna extraña manera también le resultaba un tanto familiar. Esa incomoda sensación se repetía cada vez que lo cruzaba en los corredores y llegó a resultarle muy difícil disimularlo, por lo que trataba de evitar encontrárselo pero era casi imposible; de todas maneras no tenía ningún motivo para sentirse así, él siempre había sido muy correcto con ella y además casi no lo conocía. Resolvió ordenar sus ideas y comportarse razonablemente, pensó que quizás solamente no le agradaba y estaba llevando al extremo sus sensaciones al respecto, por lo que pasados unos días dejó el tema en el olvido y paró de esconderse de su nuevo vecino. Una tarde al regresar del trabajo tomando un lienzo, como de costumbre se dedicó, a su arte. Comenzó a trazar algunas pinceladas pero en esta ocasión la tarea no le resulto grata, fuertes estados de confusión y un intenso temor la atormentaban, pero no podía detenerse debía concluir su obra. Para cuando hubo terminado notó que este cuadro era totalmente distinto a cualquiera de los que hubiera hecho antes; sus trazos eran recios, violentos y oscuros, formado por figuras difusas, solo podía distinguía claramente una dura y aterradora mirada que dominaba la escena. Un par de ojos negros y profundos como un pozo sin fondo, desbordantes de ira y de un deseo desmedido que parecían querer hacer más que tan solo amenazarla, se clavaban en ella dándole la horrible sensación que desde lienzo alguien la estuviera observando esperando el momento oportuno para atacarla. Un tanto perturbada tomó el cuadro y lo colocó en un rincón mirando a la pared y se retiró a descansar, pero no podía sacar de su mente esa aterradora imagen, por lo que prácticamente no pudo dormir. La tarde siguiente le ocurrió algo similar, un fuerte deseo la impulsaba a pintar, como si buscara una respuesta y esta estuviera dentro de ella misma pero necesitaba sacarla para descubrirla. Al comenzar a dar las primeras pinceladas pudo ver que este cuadro se relacionaba con el de la noche anterior, por lo que decidió dejar la labor para otro momento puesto que no había descansado bien y estaba un poco alterada; pero aun así no pudo continuar con su vida normal, parecía que nada era relevante ni siquiera dormir, las imágenes bombardeaban su mente como si reclamaran por salir y tuvo que levantarse a terminar lo que había empezado. Parecía haber entrado en una especie de trance aunque no sabía lo que estaba pintando la imagen fluía rápidamente, realizaba movimientos espontáneos, como si se hubiera desconectado del mundo y sumergido en las remotas oscuridades de su tenebrosa visión. Al concluir su trabajo pareció haber sido liberada y cayó casi sin fuerzas quedando sentada en el suelo frente al lienzo, con la vista perdida en él. Meditó por un momento en lo que había creado, mientras una profunda angustia oprimía su pecho, pero no podía comprender que la había impulsado a hacerlo. Observaba el cuadro con detenimiento, una temible figura sin rostro parada en el lumbral de una puerta por la que solo entraba una tenue luz, el resto solo era oscuridad y algunas marcas rojas. Ya era de madrugada y necesitaba descansar, se puso de pie y acomodo las brochas y las acuarelas sobre una mesa auxiliar. Luego llevó el cuadro al mismo rincón en que dejó al de la noche anterior apoyándolo del revés mirando a la pared, solo dejando un pequeño espacio para no mancharla de pintura y apagó las luces. Se dirigía al cuarto cuando de pronto alguien tocó a su puerta, caminó hasta ella para atender y con un movimiento reflejo llevó su mano a la perilla tratando de encender la luz, pero el foco estalló. Continuaban llamando a la puerta y ella apresuradamente abrió sin siquiera preguntar. Allí estaba él, parado en su lumbral, solo una oscura figura en la tenue luz que apenas llegaba desde el final del pasillo, su respiración prácticamente se detuvo y un sudor frío recorrió su cuerpo mientras su corazón comenzó a golpear su pecho con todas sus fuerzas como si quisiera escapar, pero ya era tarde, el momento había llegado, él ya estaba allí. No pronuncio ni una sola palabra, solo se abalanzó violentamente sobre ella tapándole la boca con su mano, metiéndose en el departamento la llevó contra un rincón destrozando en consecuencia algunos de los cuadros en la penumbra del recibidor, golpeó la mesita que cayó desparramando las acuarelas y los pinceles en el suelo. Finalmente supo por que le temía pero ya no había remedio, sabía que no podría soportarlo, entre golpes y forcejeos trató de hacerla suya a la fuerza pero ella se resistía. La mano que tenía sobre su boca no le permitía gritar para pedir auxilio, de pronto él extendió sus dedos hacia su nariz cubriéndola por completo para asfixiarla. Sus fuerzas se consumían con cada movimiento, comenzaba a sentir que se quemaba por dentro, necesitaba respirar y el tiempo se le terminaba. Un leve destello de luz se filtró por la ventana y se reflejó en los ojos de su agresor revelando su mirada, la misma que había estado retratado momentos antes, la misma que se abría paso entre las sombras; vislumbró en ella un vestigio de triunfo. Ahora lo entendía, pero ya no importaba, sus ojos fueron lo último que pudo ver antes que la oscuridad la cubriera por completo, su vida la había abandonado.



 

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