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Lápiz y libreta
Andrea Coronel

Pensando al Otro

(Recomiendo leer el cuento Borrar un pais para entender mejor en contenido de esta nota, puedes encontrarlo aquí) En esta ocasión compartí el cuento “Borrar un país” como excusa y punto de partida para reflexionar, aunque sea un poco, sobre algunas cuestiones sociales relacionadas con los efectos que produce la opinión pública en el sentido común y principalmente el rol de los medios de comunicación, la forma en que estos afectan nuestra subjetividad, aunque sea parcialmente. Se trata de un trabajo sistemático que se profundiza con el tiempo, a fin de orientar nuestra opinión y juicio acerca de distintas cuestiones; en este caso, el tema se refiere a la figura del “Otro”, quién es y qué representa, ese otro que no es “yo” ni “nosotros”, ese otro que incomoda. En relación a lo anteriormente mencionado, les propongo pensar en este caso cómo a través de los medios de comunicación se legitiman las medidas y métodos que se emplean para solucionar, o encargarse de algún modo, del problema o las problemáticas que este “Otro” nos plantea. Y destaco “en este caso” puesto que hay diversos mecanismos de control y manipulación de la opinión desde la subjetividad, que utiliza el poder para legitimar sus acciones, ya sea modificando o manteniendo cuestiones que dan forma al sentido común. Convengamos que cuando hablamos de sentido común estamos hablando de una construcción socialmente instaurada y sostenida históricamente, con características propias de un periodo a fin de dar sentido a cuestiones básicas que no suelen cuestionarse y que por lo general sirven para legitimar acciones, y así mantener un orden establecido. Hoy vamos a mencionar a un pedagogo argentino e investigador del laboratorio de políticas públicas en la universidad del Estado de Río de Janeiro, Pablo Gentili, quien en “La exclusión y la escuela” pone el foco en la selectividad de la mirada sin memoria, en la mirada normalizadora de la exclusión, que da por natural lo que en realidad no lo es y cita al sociólogo francés Robert Castel, analizando distintas formas de exclusión, entre las que menciona una que en este caso es de particular importancia: “la supresión completa de una comunidad mediante prácticas de expulsión o exterminio”. Este tema nos invita a hacer un recorrido por las prácticas de exterminio que empleó el régimen nazi no sólo contra los judíos sino contra todo el que se opusiera a ellos; pasando por las luchas interétnicas y llegando a las desapariciones forzosas que azotaron a nuestro país durante el golpe militar del ’76. En este punto me permito hacer una observación sobre el término “los desaparecidos”: los desaparecidos no desaparecieron, a los desaparecidos los desaparecieron aquellos que los identificaban como un “otro” que molestaba, ese otro al que etiquetaron de “subversivo” para luego intervenir sobre su persona. Debemos entender que esos hechos brutales no fueron aislados, sino que se dieron como fruto de un proceso sistemático que fue preparando el terreno desde anteriores gobiernos dictatoriales, y generando un efecto en la subjetividad de los argentinos desde mucho antes del ’76. Podemos mencionar algunos acontecimientos que dan cuenta de esto como la llamada “Noche de los bastones largos” ocurrida en julio del ’66 cuando la policía federal desalojó a alumnos, exalumnos y docentes de las facultades de Ciencias Exactas y Naturales y de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, ocupadas por estudiantes, profesores y graduados que se oponían a que el gobierno militar interviniera las universidades anulando el régimen de cogobierno. Este no fue un hecho menor puesto que, como resultado, no solo se dio la famosa fuga de cerebros –es decir, que muchos pensadores se tuvieron que marchar del país, lo cual significó una gran pérdida–, sino que también se estaba tramitando un cambio profundo en la mentalidad argentina. Debemos identificar en estos hechos su intencionalidad y sus efectos, los cuales se hacen visibles incluso varios años después de los golpes militares. Uno de ellos es la despolitización del pensamiento social, por medio del cual se difunde la idea de que solo se deben ocupar de política los especialistas y que la política es algo malo o corrupto entre otras cosas. Podemos decir que ciertos actos brutales generalmente se utilizan como herramienta de control, se pone el ejemplo con “unos pocos” para mantener a “otros muchos” a raya; es decir, que los golpes que las fuerzas policiales dieron en las cabezas de los intelectuales, docentes y alumnos mientras los hacían salir de las facultades caminando en fila, fueron golpes que simbólicamente azotaron a la sociedad en general, para que nadie se atreviera a oponerse en futuras ocasiones y que si aun así lo hicieran, supieran que habría duras consecuencias. También es necesario mencionar que esto no solo ocurrió en nuestro país, sino que se trató de una serie de acontecimientos a nivel mundial que preparaba el camino para una nueva etapa en la que predominaría el mercado, la del neoliberalismo, tema que no llegaremos a tratar en esta nota. Estos acontecimientos se expresaron de diversos modos según las especificidades de las sociedades o territorios. Latinoamérica fue modelada por la mano dura de las dictaduras impulsadas por EEUU por medio de operaciones clandestinas. Para dejar mas claro lo expuesto se puede mencionar como en las décadas de los 70 y 80 funcionaba el Plan Cóndor a través del cual se vinculaban distintos países latinoamericanos con regímenes dictatoriales coordinando operaciones. Entre estos se incluían Argentina y sus países limítrofes; la cereza del postre la ponía la CIA (Agencia Central de Inteligencia de los EE.UU.) que se ocupaba de asesorar a los servicios de inteligencia militares de los países del Cono Sur bajo la lógica de la Doctrina Truman. Con esto hablamos de Estados autoritarios que, con la excusa de la seguridad, abusaban de su poder y sus acciones se transcribían en la vigilancia, el secuestro, los interrogatorios por medio de tortura y la desaparición de todo aquel que fuera opositor al régimen, es decir los “subversivos”; la mera sospecha era excusa para la acusación. De momento no vamos a ahondar sobre estos temas ya que da mucho más para recordar y tener en cuenta, además del hecho de que con ellos se mueven muchas cuestiones sensibles, que por las características de este artículo no se pueden abordar con la responsabilidad que merecen. Pero a esta altura y como para cerrar este brevísimo análisis, o mejor dicho para abrir más que cerrar, ya que de lo que se trata es de abrir la mente, de pensar mas allá de lo que generalmente nos permiten los condicionamientos que a diario bajo el engañoso disfraz de seguridad o naturalidad nos oprimen y limitan, retomando la idea central que atraviesa el cuento “Borrar un país” que compartí como detonante, resulta imposible o casi imposible que no se nos hagan presentes algunas preguntas como las siguientes. Actualmente, y en relación a diversas problemáticas a las que nos enfrentamos como sociedad, ya sea a nivel internacional, nacional o como comunidad local: ¿Quién es el “otro”? que recordemos, no soy “yo” ni es “nosotros”. ¿A qué nos estamos acostumbrando? ¿Qué cosas debemos desnaturalizar? O, dicho de otra manera, ¿Qué cosas podemos identificar que nos afectan como sociedad y vemos a diario pero las ignoramos como si fueran un hecho natural? Finalmente una de las preguntas, y quizás la que más me preocupa, que se podría desprender de la lectura del cuento como supuesto de una situación límite sería: ¿Qué tan lejos se encuentra la sociedad de tomar decisiones graves, equivocadas o drásticas, como consecuencia de la naturalización de la figura de un “Otro problemático”? Podemos pensar muchas respuestas a las preguntas planteadas, y de hecho la historia nos da varios ejemplos de crímenes que se han efectuado bajo esas circunstancias. Lo que se propone en este artículo no es responder a las preguntas, sino dejar preguntas abiertas, preguntas que surjan ante cada circunstancia que vulnere la integridad de alguien, o que busque etiquetar ya que, como vimos, no es un acto inocente. La lucha comienza en nosotros mismos. Para no acostumbrarnos a la realidad naturalizada que se nos plantea como tal pero no lo es, preguntémonos qué estamos viendo o, mejor dicho, que estamos ignorando. Para eso debemos recordar el pasado para tratar de entender el presente; para recordar debemos conocer; para entender debemos interpretar, cuestionarnos la realidad, y pensarnos en ella, posicionarnos, y pensar que podemos hacer nosotros por los otros, porque solo así nos daremos cuenta que los otros también son nosotros, por que nosotros podemos ser todos. Debemos despertar del letargo que produce la cotidianeidad y la naturalización tanto de la pobreza como de la violencia en todas sus formas, por que solo despiertos y atentos tendremos la oportunidad de hacer algo para mejorar aunque sea un poco la realidad en que vivimos, ya que haciendo un poco cada uno, entre todos podemos hacer mucho.




 


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