Borrar un país
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Borrar un país —Este es un día trágico que marcará un antes y un después en la historia de la humanidad —fue lo primero que le escuchó decir al cronista mientras observaba absorta y casi sin respirar, con el rostro prácticamente pegado a la pantalla de televisión, apretándose en un gesto inconsciente las manos contra el pecho. —Sin duda, este hecho dará principio a una nueva era de paz y hermandad entre las naciones del mundo —mientras ella miraba fijamente y sin pestañear como los tanques, a paso constante, se dirigían por las rutas mojadas hacia la frontera para impedir la salida del país a los ciudadanos de Caín, la voz fría y programada añadía sin ninguna alteración: —Hoy el mundo se viste de luto, pero es sabido que hay que hacer grandes sacrificios para obtener grandes beneficios. La cuenta regresiva ha comenzado y literalmente los borrarán del mapa. Tres horas antes las naciones del mundo firmaron un tratado de paz que incluía una última medida drástica, la cual —según decían— pondría fin a las guerras y la lucha contra el terrorismo. Una decisión que aunque se había dilatado desde hacía mucho tiempo, estimaban necesario no debía esperar más. Borrar a un país del mapa no era cosa de todos los días. Llegada la hora cero cerraron sus fronteras impidiendo la salida a sus habitantes, los cuales también serían neutralizados; aquellos que por diversas razones se encontraban físicamente en otros países estarían obligados a adoptar otra nacionalidad y serían absorbidos por otras culturas. Ya hacía una tiempo que a aquel país no se lo llamaba por su nombre, bajo directivas políticas los medios habían acordado tan sólo recordarlo como Caín, y de esta forma procurar borrar su identidad de la memoria colectiva. Mientras tanto los noticieros y periódicos bajo los titulares «El mundo se viste de luto» muestran las imágenes de miles de fieles alrededor del globo, que solidariamente asisten a misas organizadas de último momento, para clamar por los hijos de Caín, los miles de ciudadanos que en pocos minutos sucumbirán bajo la fuerza implacable de una bomba nuclear. Claman por sus almas, pide un milagro, pero la decisión está tomada y es inapelable. La opinión pública ha sido convencida de que es una acción necesaria, unos pocos grupos se han revelado, pero son minorías que nada pueden hacer contra la decisión de los gobiernos. La cuenta regresiva va llegando a su fin, mientras un horrendo silencio de muerte se transmite por debajo de la voz del cronista a la mente de los televidentes. La muchacha grita y llora desesperadamente frente al televisor: —No saben lo que hacen, es el principio del fin, no saben lo que hacen… Mientras observa los tanques sabe lo que ocurrirá. Hoy serán ellos. Luego, cuando otro piense diferente, se irán complotando para eliminarlo, otro país más será llamado Caín, así ocurrirá sucesivamente con quien se les oponga, hasta que no quede nadie. Habrán pasado sobre la soberanía de todas las naciones del mundo, sus manos estarán cubiertas de sangre, habrán matado a un hermano. Cada país es en su conjunto de miembros, como un ser humano, todos los países en su conjunto son la humanidad. Con el rostro bañado en lagrimas y el corazón a punto de estallar, grita: —¡Basta! Este es un acto aberrante, un hombre que se despedaza a sí mismo. ¿Quién es Caín ahora? Pero no importa con cuanta fuerza grite, su voz es absorbida por el silencio. La cuenta regresiva a llegado a su fin, ya no tiene caso gritar. Despierta atormentada de aquella pesadilla mientras abre los ojos y ve entre nebulosas el techo de su cuarto. Pasa una mano por su cara secándose las lágrimas. Su corazón aún esta exaltado y una profunda sensación de angustia oprime su pecho. — Ya pasó, fue tan sólo un mal sueño —piensa la muchacha mientras se levanta a prepararse un café y alistarse para ir a trabajar. De camino a la cocina, con un gesto mecánico y casi sin pensarlo, toma el control remoto y enciende el televisor. —… Tras años de deliberaciones las Naciones Unidas han tomado una medida decisiva para poner fin al terrorismo y literalmente los borrarán del mapa. La cuenta regresiva ha comenzado… —continuaba relatando con voz fría y calculada el cronista. Pero ella ya no oía nada más, sólo silencio.
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